25º Aniversario de la comunidad del Albergue de Aranjuez.

20 de Julio de 1998-2023     

El albergue “San Vicente de Paul” se inició hacia el año 1980, por iniciativa del sacerdote José Ramos, para acoger a personas sin techo. A lo largo del tiempo se desplazó de la parroquia de San Antonio a la de San Pascual, y finalmente –y mediante la intervención del ayuntamiento- a su ubicación actual en el Camino del Mar Chico.

Cuando el obispo de Salamanca reclamó a Pepe Ramos, de vuelta a la diócesis, éste pidió al obispo de Getafe que buscarse una congregación religiosa que continuase con la tarea del albergue, que para él era “la niña de sus ojos”. El Albergue pasó a depender de la Diócesis, concretamente de Cáritas, pero delegada la gestión en la futura Congregación religiosa. En este momento contactaron con las Hermanas Mercedarias de la Caridad, para que asumiesen esta tarea. Las hermanas llegaron al albergue y abrieron la comunidad el día 20 julio 1998, hace 25 años.

Las primeras cuatro hermanas que formaron la comunidad fueron Sor Ana María Angullo, Sor María Jesús Orrio, Sor Felisa Echevarría, y Sor Ascensión Gómez. Después han pasado por aquí Sor Trinidad García- Argudo, Sor Remedios Martínez, Sor Tomasa Delgado, Sor Rosario de los Ríos, Sor Carmen Cabezuelo, Sor Soledad Sánchez, Sor Carmen Caballero, Sor Francisca Castro, Sor Valeriana Garrido y Sor Isabel Alfaro.

A lo largo de estos 25 años, el objetivo de las hermanas ha sabido proporcionar a las personas sin hogar un sustrato de humanización, un ambiente en el que verdaderamente cada persona se sienta acogida, de un modo digno, según corresponde a los hijos e hijas de Dios; desde una espiritualidad cristiana y liberadora. Concretamente, la presencia de las hermanas, dentro del equipo multidisciplinar que ahora somos (junto a los trabajadores y un numeroso grupo de voluntarios), tiene la tarea específica de proporcionar un ambiente de humanidad; junto al deseo de acoger a quien más lo necesita, en un ambiente abierto, fraterno, sencillo, y familiar; donde cada uno se considere persona, con su nombre e identidad, su cultura y religión; de un modo verdaderamente individual y único. El mismo ambiente que existe desde los inicios del albergue. Parte de lo más elemental: un techo, la protección para el frío o el calor; la higiene personal, ropa limpia que vestir; alimentos de calidad y bien preparados. Pero el objetivo no es asistencialista, sino que consiste en realizar procesos de acompañamiento personal, a varios niveles de intervención, con la esperanza de lo que cada usuario puede llegar a ser gracias a nuestra ayuda conjunta. Así, estos varones que vienen de la calle, de situación de riesgo, por diferentes causas, se sentirán seguros y valorizados, comprendidos y estimados, amados por Dios, y con un atisbo de esperanza, de lo que el futuro les puede deparar.