Miguel Martín Alonso,Níjar (Almería), 12 dic (EFE).- En la población de San Isidro, en Níjar (Almería), residen numerosos inmigrantes atraídos por los invernaderos del mar de plástico de Almería, hombres y mujeres que han encontrado un apoyo incondicional en las hermanas de las Mercedarias de la Caridad y otras congregaciones que les enseñan español, organizan talleres y repartos de alimentos.

AGENCIAS – Articulo del periodico Vanguardia.

12/12/2020 10:30

Efe ha podido acompañar a estas religiosas, comenzando por las aulas en las que monjas como la hermana María Elisenda, de la congregación de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción de Castres, imparte clases desde hace cinco años, tras cuatro décadas en Francia. Al llegar a la vecina localidad de Campohermoso conoció a las hermanas Mercedarias de la Caridad y comenzó todo por su parte.

“Ya había dos hermanas -Mercedarias- que daban clase y yo soy la tercera”, explica, recordando cómo al principio las mujeres extranjeras recibían clases por la mañana y los hombres por la noche. “Con el tiempo, esto ha ido evolucionando”, mantiene. Uno de los puntos de inflexión fue la incorporación de un imán a las aulas.

Entonces, dos de las alumnas dejaron las clases durante dos semanas. “Se levantaron y se fueron sin decir nada”. Sin embargo, finalmente regresaron. “Eso, para nosotras, fue un éxito. Para nosotras no había diferencia”, afirma, resaltando cómo esta mezcla entre sexos se ha ido consolidando “poco a poco” hasta lograr un “gran progreso” en el que las aulas son mixtas.

Ahora, la hermana mercedaria Laurencia enseña a los que menos conocimientos tienen del idioma, la hermana mercedaria Encarna a los de un nivel intermedio, y la hermana María Elisenda a los más avanzados. Entre sus estudiantes hay marroquíes, senegaleses, malienses… “Una mezcla de países” que también ha superado los “recelos” iniciales.

Casi tan importante cómo enseñar el idioma es la inserción “en una sociedad muy diferente a la que han conocido” de estas personas. Apunta, por ejemplo, que antes las mujeres no trabajaban y no tenían la ocasión de hablar español, por lo que simplemente para ir al médico tenían que hacerlo acompañadas de su marido o hijos.

“La mujer ha evolucionado en el aspecto cultural.Hasta el punto de que muchas incluso trabajan, ya sean marroquíes o subsaharianas.Hay una promoción y nosotras estamos atentas en este sentido para que ellas también se consideren”, asegura.

Ahora hay menos alumnos en clase, como es lógico por la Covid-19, pero también porque cuando encuentran trabajo, aunque sea de unas horas, dejan todo para cogerlo. “Nos tenemos que adaptar a esta movilidad”, apunta.

A escasos minutos de las clases se ubica, también en San Isidro, un taller ocupacional en el que varias monjas de las Mercedarias de la Caridad, Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción de Castres y de la Sagrada Familia de Burdeos atienden otra necesidad: La de dar una ocupación a aquellos sin trabajo.

La hermana mercedaria de la caridad, Francisca lleva ocho años en este taller en el que se trata de “ayudar a la gente que no tiene nada”. Sobre todo hay mujeres, las más jóvenes sin marido o sin su pareja al lado, con hijos a su cargo, sin trabajo ni papeles. Aunque hace unos 15 años esta actividad comenzó para centrarse en los hombres, pensando que “dar una limosna no era digno”, las cosas han cambiado.

“Los hombres tienen más trabajo y las mujeres están más desprotegidas”, dice la hermana. Por ello, son ellas las que trabajan aquí, aunque también puedan hacerlo los hombres, de diez de la mañana a una de la tarde, a cambio de una retribución.

Los tiempos mandan, y en plena pandemia en varias de las mesas se cortan mascarillas. Una confección que comenzaron las propias religiosas en su comunidad durante el confinamiento, ante la imposibilidad de abrir el taller. También elaboran portamascarillas y otros objetos, en mesas separadas para guardar la distancia social, y con los geles hidroalcohólicos siempre a mano.

Bolsos de cuero y tela, manolas, llaveros, pulseras, fundas para móviles, libros sensoriales, sujetapuertas, cojines de adorno, mochilas… Son sólo parte de los productos que luego serán vendidos para recaudar fondos.

El recorrido continúa hasta llegar a un espacio cedido por el Ayuntamiento de Níjar desde el que se hace el reparto de alimentos. La hermana mercedaria Araceli explica que todos los días se entrega comida. “Lo llevamos por letras”. Cada día le toca a una letra y las peticiones son cada vez mayores. Sólo el día antes de la entrevista habían atendido a 160 personas.

“Son los excedentes de la CEE, pero no llegamos. Nos han dado cantidad este año pero no nos dura para marzo (…) Viene tanta gente… Y teniendo comida no soy capaz de decirle “no te doy”. También nos da el Banco de Alimentos”, y la congregación aporta dinero y facilita las compras con los colegios, resalta.

“También contamos con cinco viviendas con 42 hombres y otra para mujeres con niños”, añade. Una de las antiguas usuarias de este domicilio es Fátima, que ahora ayuda con el reparto de alimentos y confirma que “viene un montón de gente, casi cada día 200, 150 personas”. Pese a lo cual cada día se marcha “a casa muy feliz” por poder ayudar a estas hermanas en su misión solidaria. EFE

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